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Archive for marzo 2012

Como dije hace un par de meses, he conseguido poner punto final a un nuevo libro. Se llama Ojos azules por algo que tiene que ver con las leyes de Mendel, pues es un esbozo de la historia de la evolución de las personas.
Dado que en él se intentan ilustrar algunos de los acontecimientos de la sinfín cadena que nos ha traído hasta aquí, los episodios que se narran suceden durante épocas muy diversas, desde hace cien millones de años hasta nuestros días. El trozo que va a continuación pertenece a La actualidad, el último capítulo, y está casi al final del libro.

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LOS PIRATAS DE LAS GAFAS DE SOL

Los piratas de las gafas de sol son mayores, deben de tener alrededor de cincuenta años, pero la chavala, la chavala rubia que casi siempre les acompaña –aunque a veces acompañe al correcaminos–, no; ella sigue joven. La chavala, como es marciana, o medio marciana, es azafata –pero es que es guapísima, como su madre–, y como además es mutante, no tiene miedo de que se caiga el avión porque sabe volar. Si el avión se cae ella busca una escotilla y la rompe con el puño de hierro, y de ahí en adelante todo es coser y cantar. Los pasajeros se estremecen ante la súbita bajada de presión y algunos vomitan, pero esto da igual porque de todas formas van a morir en seguida y nadie va a mirar al vecino y decirle, oiga, ¿qué hace?, más educación, por favor, que me ha puesto perdido; están todos muy ocupados con su agonía. Luego, cuando el avión se ha estrellado y ya nadie habla, ni siquiera piensa, ella planea hasta los restos y espera a que llegue el grupo de rescate, y cuando llegan, que está subida sobre los restos del fuselaje, les dice, soy la única que se ha salvado, ¿se lo quieren creer ustedes?, ¡soy la única que se ha salvado!, y entonces los de la misión de rescate avisan a la policía. La policía tarda en llegar porque ellos no tienen helicópteros, o por lo menos no tienen tantos como los de los grupos de rescate, y cuando llegan no saben qué decir y ponen cara seria, como de no saber qué está pasando allí. Pero, señorita, ¿me dice usted que…?, y Hannah…!, o sea, María de los huevos, vestida de azafata cósmica contesta, sí, aunque le parezca raro, que a mí también me lo parece, no se crea, pero el caso fue que mientras el avión caía yo me sentía flotar, me sentía como si estuviera dentro de un avión en caída libre, nada se acercaba a mí, quiero decir, ningún objeto material, sino que todo flotaba por allí cerca, se movía muy despacio, no había peligro de choque, y luego, al final, cuando ya se adivinaba lo que iba a suceder, comenzó a percibirse un fenómeno extraordinario, o por lo menos yo nunca había visto una cosa tal. Era como una burbuja que me iba envolviendo, una burbuja de jabón, aunque debía de ser antimateria, y cuando llegamos al suelo, o sea, cuando se oyó una explosión horrísona y todo se incendió debido a los vapores de la gasolina, la burbuja me protegió como el escudo de Luc Skywalker y me encontré a salvo, ¿no se lo cree?, pues aquí me tiene, y la respiración artificial no se la he hecho a ninguno porque ya ve usted cómo está la cosa; entonces salí por mis propios medios, aunque la burbuja no me abandonaba, qué va, allí estaba, a mi alrededor, y me instalé encima de los restos del aparato para ver cuanto antes cuándo llegaba el equipo de rescate, y entonces sí empezó a disolverse, cuando me vio a salvo, y al cabo de un rato se había ido del todo, y ahora…, voilà!, aquí me tienen.
Los policías pensaron que estaba loca pero no se atrevieron a llamar a los loqueros, y en vez de eso me llevaron a un hospital en donde hubo una escena chunga cuando quisieron que me desvistiera, porque Hannah…! no se desviste nunca, no, que se habla mucho de ello pero nunca lo hace, y ya digo, entré y lo primero que me dijeron fue que me quitara la ropa, y Hannah…! se moría de risa, sí, anda, que me quite la ropa, que me desvista, eso es lo que quieres tú, el que está disfrazado de médico, o de enfermero, yo qué sé, ¡tú estás mal!, ¿y no quieres que saque la lengua?, ¡si sólo me he caído del avión!, ¿para qué quieres que me quite la ropa si lo único que sucedió fue que se cayó el avión y a mí no me sucedió nada?, ¿qué culpa tengo yo?, o no, mejor, ¿cuál es la causa que precede al efecto?, ¿lo sabe usted, eminente doctor?, oiga, yo me voy que aquí hace mucho calor, y entonces entró una chica vestida de blanco y le dije, este señor quiere que me quite la ropa y lo único que ha sucedido es que soy la única superviviente de un trágico accidente de aviación como los que suceden a veces, ¿usted cree que tengo que quitarme la ropa?, ¿a que no?, mejor que no, porque como llegue a sus ojos la luz que ilumina las tinieblas es probable que quieran meterme en la cárcel; bueno, eso no se lo dije porque para qué, no lo iban a entender y ya estaba la cosa suficientemente liada, aunque no creo que lo hubieran conseguido porque seguro que nunca han intentado meter en la cárcel a alguien que tenga brazo elástico, y mucho menos puño de hierro.
–Sí, eso fue así –dije yo–, y al final la dejaron irse a su casa, claro, porque con Hannah…! no hay quien pueda –y los piratas de las gafas de sol dijeron,
–No, hizo bien –y yo seguí,
–Y de todo esto no nos hemos enterado por los periódicos, nunca se ha dicho, ni de muchas otras cosas por el estilo que llevan sucediendo durante los últimos años, porque semejantes noticias no aparecen nunca en los diarios, en donde están muy ocupados fabricando las suyas propias. Ahora es lo de la duodécima crisis nuclear y dentro de poco será otra diferente, otra paranoia colectiva, de las que yo, a mi avanzada edad, ya he asistido a varias.
–Nosotros también –dijeron los piratas de las gafas de sol, que habían llegado en sus motos–, pero eso ahora no importa, es lo de menos, que lo importante es que Hannah…! sigue bien después de tantos años. Ya nos lo imaginábamos nosotros porque se le veía cara de lista. Oye, ¿tenéis cerveza?, que aquí también hace calor… Si no, podemos llegarnos hasta el bar.
–No, no hace falta, que tenemos de todo, y además tenemos una nevera nueva buenísima que las pone en su justa temperatura. Hannah…!, oye, tráenos unas cervezas y deja de trajinar. Siéntate, mujer, y haznos compañía en este crepúsculo tan particular, cuando han venido tus amigos a verte –y Hannah…!, que andaba mulliendo cojines, por una vez me hizo caso y vino adonde estábamos.
–Sí, ya arreglaré esto otro día. En realidad no importa, ahora que habéis venido vosotros… ¿Estáis bien, estáis cómodos? –y los piratas, por supuesto, dijeron,
–Muy bien, muy bien; venga, no te preocupes de nosotros y siéntate. Podíamos hacer un canuto de lo bueno, ¿no?, que tenemos una hierba superior.
Los piratas de las gafas de sol son mayores, claro, como el correcaminos, y es que el tiempo pasa para todos, pero como modificadores de la percepción siguen utilizando la hierba y la cerveza, como tiene que ser.
–Sí, es lo más reconstituyente, lo he dicho siempre, pero se nos ha olvidado el gazpacho, que es la tercera de las sustancias obligatorias.
–¡Anda, es verdad…! ¿No tendréis gazpacho también?
–Por supuesto que tenemos, más en estas latitudes. Hannah…!, enróllate y ponnos unos gazpachos, ¿no?, que no vamos a dejar a estos señores sin merendar.
–Es verdad… De inmediato –y Hannah…! se levantó y volvió con unas tazas y una jarra llena.
–Ya está todo, no os mováis. ¿Dónde habéis estado estos años? Ya os estábamos echando en falta.
–Pues por ahí, de playa en playa…
Los piratas de las gafas de sol llegaron en sus motos, dos motos parecidas a las chopper pero con algo especial, no sabría decir qué, entraron y se encontraron con Hannah…! que estaba regando las plantas del invernadero. Los piratas de las gafas de sol llegaron y dijeron,
–Hola, tú eres Hannah…!, la de los ojos azules, ¿verdad…? ¡Hija mía, si no has cambiado nada!, por ti no pasa el tiempo, ¿eh?, ¡hay que ver…!, bueno, ¿y qué es de tu vida? Cuando te trajimos, ¿te acuerdas?, aquella vez de la carrera transeuropea –y eso que han transcurrido veinticinco años, que no es cualquier cosa–, te dijimos que pasaríamos por aquí, pero la verdad es que hemos estado bastante ocupados y no hemos podido volver hasta ahora. Espero que no sea mal momento… –y Hannah…! dijo,
–¡Qué va…! Si precisamente ahora mismo estaba pensando en vosotros, y en lo de la música para viajar.
–¡Ah, ya…! ¿Te acuerdas de aquello?
–Hombre, claro.
… y es que lo de la música para viajar tiene tela.

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(Música para viajar es el título de uno de los capítulos anteriores de este libro, que habla de unos niños cantores en la Venecia dieciochesca).

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