Este es un libro muy serio, aunque en determinados pasajes te rías leyéndolo; que nadie piense otra cosa. Este es un libro en el que se narran multitud de sucesos protagonizados por omómidos, prehistóricos, cazadores en las llanuras, recolectores, guerreros… En fin. (Todos ellos antepasados nuestros, por supuesto.)
También sale una fenicia esclava que se llama Elisa y a la que tienen destinada a concubina, pero, lo que son las cosas… Resulta que en vez de asumir semejante destino, que no le place, se encuentra embarcada en un viaje que la conducirá hasta el fin del mundo…, y aquí empieza nuestro entrecortado cuento de hoy.
La fenicia que viaja hasta el fin del mundo (Tirios hacia la Puerta de Melkart se llama el capítulo en que aparece), cuando medio ahogada ha llegado a una playa (y observa que las aguas se retiran ―como efecto de las mareas, que esta gente desconocía) finaliza su narración con las siguientes palabras:
Cuando de nuevo desperté estaba boca arriba y sobre mí se inclinaba una extraña y arrugada faz. Con dificultad abrí los ojos, y por el rabillo pude ver que dos o tres miserables seres, tales eran sus astrosas vestiduras, me contemplaban absortos y apoyados en cayados mientras sostenían los dogales de lo que me parecieron unas escuálidas cabras.
Me erguí de golpe, quizás asustada, y tras considerar nebulosamente lo que me rodeaba pensé,
―¿Dónde está la ciudad de las columnas plateadas, el país del estaño? Aquí sólo hay unas pobres gentes con unas cabras…
Luego torné a caer sobre la arena, y cuando me volvió la conciencia advertí que la tétrica y marchita mujer, a quien había tomado por espectro, intentaba enderezarme mientras me arrimaba algo a los labios.
El refulgente y abollado cuenco contenía un líquido amarillento que tomé por leche recién ordeñada, e inclinándome como pude bebí con ansia, lo que hice con dificultad y atragantándome, pero luego, tras respirar y agradecer con la mirada a aquel extraño ser lo que por mí hacía, intenté tomar otro trago, y entonces fue cuando con sorpresa observé que la marca de mi dentadura había quedado nítidamente impresa en el borde de aquella escudilla brillante.
[La Puerta de Melkart es el accidente geográfico que griegos y romanos conocieron como Columnas de Hércules, es decir, el estrecho de Gibraltar. Las montañas de marras son el peñón de Gibraltar y el monte Hacho de Ceuta.
…
De la forma que se ha contado viajaron los genes de los ojos azules desde Oriente a las costas andaluzas.
A continuación imaginemos que transcurren mil años. Nos encontramos en el siglo segundo de nuestra era, y aquel ser que Elisa ―la portadora de los ojos azules― engendró con Nubio sobre las crestas de las olas del Mar Interior, y a la postre dio a luz en las orillas del fin del mundo, se ha multiplicado. Al cabo de otras cuarenta generaciones encontramos a una de sus descendientes (Emilia), aunque oriunda de la Bética, evocada en la Roma imperial.]
A PRINCIPIOS DEL SIGLO II DE NUESTRA ERA
ROMANOS EN LA URBE
EL ENSUEÑO
En la galería del piso alto que se asoma al patio gorjean los pajarillos dentro de sus jaulas. Algún gato deambula por el tejado, lo que los sobresalta. Marco y yo desfilamos entre las blancas columnas y salimos a la huerta de los olivos, en lo que él me ayuda, pues la torpeza es proverbial en las personas mayores y los años de la juventud ya están lejanos. Allí, a la sombra de varios árboles frondosos, me espera el lecho en el que, cuando las obligaciones lo permiten, me solazo después del tentempié que acostumbro tomar al mediodía. Hoy ha sido poca cosa, pues el prematuro calor de esta primavera no invita a más, pero así y todo me han servido un platillo de mis amados nabos y calabacines, los cuales, adornados por el excelente queso de cabra de Campania y regados por un vaso de vino, constituyen un impar almuerzo. El vino tiene propiedades terapéuticas, y no soy el único que lo dice, puesto que Diodoro, nuestro físico ―sin el cual no podríamos vivir―, me lo recomienda encarecidamente.
La siesta de esta tarde tiene mucho de especial, pues hemos recibido carta de Tulio, lo que para mí siempre supone un acontecimiento. Él es mi agente en los agitados océanos del mundo, y aunque la edad me ha retirado de los caminos y ya no puedo viajar como siempre hice, veo por sus ojos y escucho por sus oídos, […]
(este cuento acaba así:)
[…]
―¡Claudia…! ―digo con cierta reconvención, pero desde lo alto del olivo interviene Petra, que de repente ha escuchado la locución que difícilmente había aprendido y la repite con acento mordaz.
―Claudia… ¡Claaaudia…! ¡Ave, Claudia…! ―y todos celebramos la gracia del escondido pajarraco, que es uno más de la familia.
―¡Petra…! ―casi grita Claudia mientras se yergue―. Ave, Petra, ave… ―y en las alturas se escucha un confuso agitarse de ramas que a todos nos sume en el olvido de anteriores discursos.
―Adiós, padre…, y adiós, Marco, querido. Que tengáis una feliz tarde ―y se va con sus ondulantes ademanes, y aunque nos encontramos en el exterior, deja tras de sí un rastro de sutiles perfumes traídos de Palmira, lugar no demasiado lejano a aquel en el que su hermano dice encontrarse.
Yo la contemplo mientras sale, y a la postre, cuando de nuevo nos quedamos solos, cansinamente repito,
―Dime por dónde íbamos…
(Aquí, como el romano ya ha desgranado la retahíla hablando de los asuntos que nos conciernen, se anota lo siguiente:)
[De nuevo asistimos a un salto en el tiempo. Son ahora tres siglos los transcurridos, lapso capaz de aflorar doce progenies. Dejamos a Tulio (el que portaba la señal de los ojos azules) embarcado en un matrimonio con una bárbara, es decir, alguien de los países del norte, de las fronteras del imperio. Tantas generaciones después, ¿dónde están sus descendientes?
Suevos, vándalos y alanos, pueblos germánicos, penetraron en la península ibérica huyendo de las hordas tártaras, y durante algún tiempo se asentaron en el territorio. Este hecho tuvo lugar poco antes de la caída del Imperio Romano de Occidente.]
(y entonces continúa de la siguiente manera:)
EN EL SIGLO V
BÁRBAROS ATRAVESANDO UNA CORDILLERA
EL CAMINO HACIA PONIENTE
Marchando perezosamente a caballo, acompañado por varios perros que tan pronto le adelantan como retroceden, sobre una cuerda brumosa y delimitada por árboles que aún no han retoñado emerge una figura imprecisa por la distancia. Parece un viajero extraviado, pero en realidad piensa, ya no hay guerra, y ni siquiera ejércitos que protejan el territorio, sino que todo está abandonado a su suerte…, porque desde que por la mañana se ha separado de la tribu no ha contemplado más que naturaleza al desnudo.
―¿Dónde están los habitantes de estos húmedos y cerrados contornos? ―se pregunta detenido en lo alto de la cresta, […]
¡Ah!, ¿y qué le sucede al bárbaro…? Para enterarse hay que leer las páginas que siguen.
Bueno, pues tal y como se observa, de semejante guisa continúa la narración completa, libro enjundioso en el que aparecen muchísimas personas que tienen infinidad de cosas que contar, o lo que es lo mismo, novela en la que acontece prácticamente de todo…, y eso que ni siquiera se ha hablado de lo que sucede al final (y que se llama Una historia de amor interplanetario ―que además cuenta con la aparición estelar de los piratas de las gafas de sol)…
Este libro, por cierto, se puede ver AQUÍ.
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